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La sociedad light de la chabacanería y la trivialidad


Por: Alejandro Asmar

Toda la chabacanería política, toda esa verborrea vulgar que emana de la grosería y el mal gusto; toda esas necedades, irrespetos, intolerancia e insolencias que están inundando la prensa y todos los espacios de interacción social, se corresponden con los parámetros de una sociedad enferma, basada en la cultura light y en la creación del hombre y la mujer light.

Así como los productos light, así son de ligeros aquellos que no tienen ningún peso moral que le dé soporte a su conciencia, y estabilidad a su personalidad tornadiza. Por eso vuelan como una pluma a donde los lleven los vientos de la conveniencia particular, no importan si es hacia el lodazal y la degradación.

En los espacios mediáticos, es raro encontrarnos con ciudadanos de buen gusto, capaces de convivir y disfrutar con el buen decir y el buen hacer, con la cultura, con la riqueza espiritual de quien se goza haciendo el bien y creando motivos de felicidad en los demás. Nuestra sociedad está llena de fisuras por donde se cuelan los odios, los desbocamientos, los memes burlescos, los maltratos al idioma y a las buenas costumbres.

La chabacanería y el lenguaje soez nos ahogan, invadiendo todos los espacios sociales, como si fuera estilo de vida, una tendencia que marca la política, la noticia, el pensamiento, la conducta y la familia. Y, lo peor es que nos vamos dejando ganar por las superficialidades simplonas y carentes de sentido.  Cediendo espacio y adoptando sus formas, renunciando a las reglas del respeto y las buenas maneras. Ahora, para estar en la onda hay que esforzarse por ser “populares” a como dé lugar, incurriendo hasta en ridiculeces.

De ahí la obsesión compulsiva por obtener y aumentar los “me gusta” en las redes sociales, aunque ello implique llegar hasta las extravagancias. Producto de esto, el país se desgasta en una chercha constante que irreverencia todo: las noticias, los acontecimientos, las opiniones, los artículos, las columnas, los comentarios.

Semejante modo de ser se manifiesta en los modales públicos y privados, en la manera de conducir el vehículo y en las palabras atropellantes que le siguen, en la prepotencia generalizada de todo el que se cree dueño absoluto de la razón.

La posmodernidad tropical de nuestro país ha devenido en una realidad donde prevalece la vocación pendenciera, las risotadas destempladas, el acento en la grosería, el desprecio a la opinión ajena, la falta de respeto a todos y a todo.

Y lo más peligroso es cuando ese modo de ser no se queda en la palabra lanzada como una artera pedrada y en la hostilidad interna, sino que pasa a los hechos, en acciones de agresión y hasta de sicariato. Pocos se han dado cuenta de que todo lo referido es un mal y peligroso síntoma de degeneración humana y ciudadana, propia de aquellos que crecieron velozmente en dinero, smartphones, viajes y autos lujosos, pero no en formación cultural y humana.

El desprecio por las reglas, las jerarquías y los valores, la apología del mal gusto en todas las áreas, en lo estético y en lo ético, en lo individual y colectivo, es parte del camino hacia abajo que hemos emprendido, hacia el despeñadero, hacia la involución.

Se impone, pues, detener ahora el auge de lo soez, el triunfo de la vulgaridad, la canibalización de la política, la invasión de la mezquindad, la glorificación del escándalo, la exaltación de lo estúpido, el aplauso de la sordidez. Que cuando nos asomemos a las páginas de los periódicos, a las pantallas de la televisión y al dial de la radio, nos encontremos con que el bestiario dominicano no tenga espacio para reinar y desatar nuestros peores instintos. Y que en su lugar veamos que el resentimiento obsesivo y la ausencia de prudencia han sido sustituidos por el amor, la promoción de la generosidad, la solidaridad y la nobleza humana.

En este sentido, aspiro a que nuestros políticos nos ofrezcan la visión pública de los acontecimientos nacionales desde una visión de nación, desde de la óptica de la construcción de un país mejor para todos.


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