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Cambio de actitud: lo que el país y cada uno necesitamos


Por: Alejandro Asmar

Frecuentemente nos quejamos de nuestra situación personal y la colectiva. Vemos todo pata arriba, lamentamos la maldad, las mentiras, las injusticias y la corrupción que salpica la vida social, política y privada. Nos estresamos con las cosas que no podemos cambiar, sin considerar que el cambio debe empezar en nosotros mismos.

Pero ese cambio personal, que está llamado a irradiar luz, que puede influenciar positivamente nuestro entorno social y familiar, se dificulta cuando las cosas no están organizadas dentro de nosotros mismos. Cuando la cabeza no está bien amueblada, se parece mucho a una habitación o casa desorganizada, donde hasta lo básico y lo evidente se pierden ante nuestros ojos.

Porque lo básico en la vida no es desgastarse en acumular riquezas pasajeras que no se van con nosotros, sino distribuirlas en acciones de solidaridad, en aliviar penas y necesidades, en experimentar la felicidad de dar y ver las sonrisas que nos devuelven esas acciones.

Si en nuestro cerebro tenemos ‘la cocina en la sala’ o el ‘baño en la cocina’ nada puede funcionar bien ni podemos discernir correctamente. Esta reflexión también nos lleva a plantearnos si basta con tener cada cosa en su lugar y un lugar para cada cosa. Y la respuesta es que, si bien es importante amueblar bien la cabeza, también lo es lo que guardamos ahí, el orden que le damos y cómo lo guardamos. Lo que almacenamos es tan relevante como el orden en que lo ponemos.

Si convertimos nuestros pensamientos en un almacén de odios, rencores, resentimientos, venganzas, urdimbres, nuestras acciones y actitudes nacerán contaminadas y deformadas. Porque, ¿de qué sirve la correcta disposición de las cosas si sus características, calidad y utilidad no mejoran nuestra vida ni la vida de los demás?

Estructurar bien nuestro cerebro requiere que empecemos hacerlo a partir de un cambio de actitud.
Tener la cabeza bien amueblada es como tener las cosas claras. Y lo primero que tenemos que tener claro es que tu mundo inmediato o más próximo cambia cuando tú cambias. Tu alrededor familiar y social empieza a notarlo y a vibrar con tu ejemplo iluminador que empieza a germinar como una semilla productiva y reproductiva.

Todos aspiramos a querer cambiar el mundo. A construir una realidad más justa y mejor para todos y cada uno. Pero pocos se plantean echar abajo con las estructuras individuales que nos esclavizan y que nos hacen presas de la malquerencia y las insolidaridades. Si todos nos plateáramos terminar con todo lo que está mal en nosotros mismos como nos preocupamos con lo que anda mal en nuestra realidad, el país y el mundo fueran lugares mejores para vivir.

Por eso, sin una transformación profunda de la concepción que tenemos los dominicanos sobre nosotros mismos, sobre nuestras posibilidades y sobre nuestra sociedad, cualquier intento de cambio en las estructuras sociales, económicas o políticas, se quedará como un falso arranque.

Construir el país que queremos, debe necesariamente pasar por una verdadera transformación de nosotros mismos.

¡EL CAMBIO LO HACES TÚ!

 

 


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