Por: Daygorod Fabián
En el actual modelo de votación existe la posibilidad de marcar al señor Ninguno. Resulta interesante que en el pasado proceso de primarias mucha gente emitió el sufragio por NINGUNO, pues los candidatos de su partido no les llenaron las expectativas.
En otros países está estatuido el voto en blanco, como una expresión donde la partidocracia, se supone, debe entender el mensaje de la sociedad cuando éstos no se comportan a la altura de las circunstancias.
Logramos observar demarcaciones donde en el nivel municipal, el señor ninguno obtuvo mejor votación que muchos precandidatos a concejales.
Incluso en el nivel congresual en varias demarcaciones precandidatos/as a diputados no lograron sobrepasar al señor Ninguno.
Los niveles de abstención, unidos a las votaciones por ningún candidato solo es una de las mejores muestras de lo que ya se sabe hace mucho tiempo: la clase política está desacreditada y la población no confía en los políticos.
De continuar con esa tendencia tendremos más abstención y votaciones por ninguno que las personas que deciden emitir el sufragio.
Además del descalabro de la clase política en materia de credibilidad, está el hecho de que se ha perdido la confianza en las instituciones públicas, principalmente en el órgano que debería fungir como un tercero imparcial: la Junta Central Electoral.
Antes del proceso de primarias del PLD y PRM ya el 58% de la población había dicho que no confianza en ese órgano de la democracia.
Hoy en día hemos de suponer que ese porcentaje se ha incrementado en medio de tantos cuestionamientos, con fundamento científico y práctico, sobre su rol en los procesos electivos.
Visto todo lo anterior es evidente que esta amalgama de elementos colabora para que la gente no acuda a votar o acuda a votar por ninguno, como muestra de la insatisfacción relacionada a los niveles de desigualdad, producto del crecimiento irritante de fortunas sobre la plataforma de lo público.
