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El rey Midas y las realidades del poder


Por: Alejandro Asmar

Casi todos conocemos la historia del rey Midas, una mezcla de realidad y leyenda que se ha erigido a través de los tiempos en un emblema de la banalidad de la riqueza. Sobre todo, de aquella que se consigue saltando los procesos naturales del esfuerzo, el trabajo paciente, la dedicación, el empeño y el tesón.

A manera de refrescamiento de la memoria, diremos que el susodicho monarca era un hombre obsesionado por la acumulación de riquezas, pese a vivir en un hermoso y lujoso castillo.

Pero como la avaricia, y los desenfrenos que la acompañan no conocen limites, quería más, sin importar las consecuencias.

Si no fuera porque en la República Dominicana actual existen muchos Midas que emulan su ambición y su afán de riquezas fáciles, parecería que traer esta mitología a colación es algo irrelevante. Midas fue un rey real que gobernaba Frigia. De origen muy humilde, al igual que muchos de los nuevos tutumpotes de hoy, provenía de una familia de campesinos.

Pero la idea obsesiva y el impulso ciego de ser inmensamente rico y poderoso, hizo que este rey se creyera destinado a obtener cuanto quería y que nada era suficiente. Deseaba más riquezas y más bienes. De ahí que no desaprovechara la oportunidad que se le presentó de obtener del dios Dionisos (hijo de Zeus y dios de la vendimia y el vino), un poder que le permitía trocar en oro todo lo que tocaba.

Cuánto se parecen las posiciones de poder al don del rey Midas. Una llamada, un decreto, un contrato, una orden, un chasquido de dedos, una señal, permiten que el beneficiario se haga de una riqueza en un santiamén.

Pero se trata de un poder que los intoxica, que los extralimita, que los lleva a ambicionar todo, fuese lo que fuese, sin reparar en capacidades, en experiencia, profesionalismo, historia, antecedentes, bases de sustento, conocimiento, procesos que hay que agotar.

Pero así como el rey Midas fue víctima de su propio poder y ambición, de la misma manera también terminarán los nuevos Midas de hoy cuando cese el poder que le permite transformar en oro todo lo que se proponen. Cuando los dioses de la fortuna ya no reinen el Olimpo político particular, cuando llegue el momento de saber que ya la pava no pone donde ponía.

Mientras todo va bien, mientras el oro fluya a su paso, mientras estén satisfechos de los brillantes resultados que da el poder, no hay problemas. Los problemas vendrán cuando les pase como al rey Midas, que cuando le dio hambre y sed, y quiso comer y beber, el agua, los vinos y los manjares se convertían en el preciado metal amarillo.

Así de indigestantes también se convertirán las riquezas truculentas cuando alguna vez tengan que rendir cuentas en los tribunales, si no en los terrenales, sí en los divinos.

El poder llega a ser un regalo pernicioso cuando se vale de métodos antiéticos y herramientas inmorales, cuando no cubre los vacíos existenciales, cuando se dejan perder en el camino valiosas relaciones y amigos verdaderos; cuando no da la verdadera felicidad.

Ojalá que el traer a estas líneas este mito sirva para hacer reflexionar sobre las consecuencias de la codicia descontrolada a todos aquellos que están embebidos de poder y que no comprenden que lo bueno en dosis exageradas puede llegar a ser tan malo como lo exiguo.

El uso desmedido y abusivo del poder pasa factura y cobra su precio. Cuando un día la gente que le sirvió y que le quiso se le muestre como estatuas heladas, cuando cansados, hambrientos y sedientos de un fraterno calor humano, choquen con la indiferencia de los demás como castigo.

Cuando la soledad los aprisione y en los momentos difíciles no aparezca nadie que arrime sus hombros solidarios. Cuando la codicia los haya convertido en el ataúd de su carrera política, sus relaciones sociales y su prestigio. Cuando no haya ninguna riqueza que pueda reemplazar el placer sencillo y sano de compartir con el amigo mancillado.

De qué sirve la riqueza si no pueden satisfacerse las cosas más valiosas de un ser humano. Los lazos especiales de afecto no se compran con dinero, como tampoco todo lo que experimentamos como bello y preciado.

No es malo aspirar a tener dinero para vivir libres de las limitaciones y precariedades que acarrea su ausencia. Lo malo reside en sacar de su diccionario la palabra «suficiente», como lo hizo el rey Midas y dejar que su codicia envenene todo lo que antes les daba gozo, haciéndolos sentir seres desgraciados, porque en el proceso de generar riquezas espurias, han perdido a sus amigos y no pueden confiar en el cariño y en la lealtad de nadie, porque sus propios demonios lo persiguen.

Así como terminó Midas: decepcionado, solo y atribulado, al perder las personas y cosas más necesarias y queridas, de igual manera terminarán todos lo que no aprendan la lección de que el poder es pasajero y que la fortuna es veleidosa como una amante caprichosa.


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