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De pasiones, divisiones y otras tempestades


Por: José Ricardo Taveras

Juan Vicente Gómez gobernó Venezuela durante 27 años con un estilo absolutamente concentrado y personal, al final todos esperaban más que su derrocamiento la muerte, se debatía entre el continuismo del gomecismo sin Gómez o la apertura a la democracia.

Tal vez sin proponérselo, el viejo zorro auspició la terminación de su modelo y renunció a la posibilidad de instaurar una dinastía familiar al modificar la constitución en 1931, estableciendo la sucesión a través del consejo de ministros y designando al Gral. Eleazar López Contreras al frente del ministerio de guerra y marina, señalando su sucesor sin decir palabra alguna. Se afirma que la designación de López Contreras como presidente fue consignada en un acta que precedió la muerte de un Gómez agónico, lo que no ocurrió sin un pequeño pulso con otro aspirante en el gabinete y con la familia, destacándose la muerte de Eustaquio Gómez, hermano del dictador y gobernador de Caracas al resistir el momento de su aprehensión para ser deportado.

A López Contreras le había correspondido enfrentar el frustrado ataque del cuartel San Carlos en 1928, orquestado en el marco de una conjura liderada por políticos, estudiantes y jóvenes cadetes, entre los que se encontraba su hijo mayor, Eleazar López Wolhmar, resistiendo estoicamente y en absoluta disciplina la prisión sobrevenida al hijo.

Con ese antecedente, los venezolanos no tenían expectativas de cambios significativos, toda vez que el recién señalado para la conclusión del período inconcluso de Gómez se aprestaba a ser elegido para un nuevo período por un congreso totalmente gomecista. Sin embargo, no resultó así, el nuevo presidente no sólo ordenó la demolición de la cárcel de La Rotunda asociada a la represión de la dictadura, sino que impulsó a través del congreso la confiscación de todos los bienes de su predecesor, puso en libertad a todos los presos políticos, auspició el retorno de los exiliados, estableció la libertad de prensa y autorizó la legalización de los partidos.

Las élites políticas no confiaron en el compromiso del nuevo presidente con las reformas democráticas y Caracas se vio prisionera del caos, razón por la que el gobierno da marcha atrás, proscribe los partidos políticos y manda al exilio a opositores, entre otras medidas. Por lo demás, fue un gobierno de indudables éxitos: creó el Banco Central de Venezuela, impulsó políticas de salud pública y asistencia social sin precedentes, al tiempo que luego de ser electo para un nuevo período de 7 años, modificó la constitución, estableciendo una reducción del período presidencial de 7 a 5 años y sorprendiendo a todos al acogerse a un recorte de 2 años en su mandato, consagrándose históricamente como el hombre de la transición.

A él también le correspondió ungir su sucesor en el General Isaías Medina Angarita, ministro de guerra y marina, quien fuera elegido en 1941 precedido de una injusta fama de fascista, desmentida en los hechos por su amplia apertura democrática, ausencia de presos políticos y de exiliados. Durante este nuevo gobierno, sentadas ya las bases para una mayor estabilidad, se legalizan nuevamente los partidos políticos, incluso el comunista, se da continuidad a una gran transformación de la economía, libertades públicas, profundización de políticas sociales y laborales, al tiempo que se avanzó con una nueva ley de hidrocarburos hacia el control de Venezuela sobre su petróleo, aunque relegando la demanda del voto directo y universal.

Todo iba bien, dos militares conducían sin prisa, pero sin pausas a Venezuela hacia un proceso democrático aparentemente irreversible, hasta que se presenta la necesidad de decidir el relevo de Medina Angarita, lo que planteó una escisión entre ambos líderes por la oposición de éste al retorno de López Contreras. A pesar de todo, logran una candidatura de consenso en la persona del Dr. Diógenes Escalante, azarosamente turbada por el destino que le inhabilitó por una súbita enfermedad mental hasta el resto de sus días; situación que recrudece las diferencias de los dos líderes fundamentales del Partido Democrático Venezolano (PDV), a la sazón con el hegemónico 80% del aprecio popular, según Don Arturo Uslar Pietri.

Medina Angarita impuso como candidato a su ministro de agricultura, Ángel Biagini, situación que rompió la unidad del PDV, al tiempo que desertaban del acuerdo el Partido Comunista de Venezuela y Acción Democrática, para entonces un diminuto partido sin arraigo popular. Se abrieron de par en par las puertas a la conjura, concluyendo en un fatídico golpe cívico militar de minorías, en el cual, con el concurso de Acción Democrática, se establece una junta de gobierno encabezada por Rómulo Betancourt y bajo trasfondo, como figura militar preponderante al entonces mayor Marcos Pérez Jiménez.

En medio de los acontecimientos, el ex presidente López Contreras acudió a Miraflores a brindar apoyo a Medina Angarita, lugar donde fue hecho preso junto al presidente depuesto y con quien fue posteriormente exiliado. La unidad llegaba tarde, no advirtieron las señales, no repararon, no cedieron, no enmendaron, sucumbieron al susurro de los amigos, al tiempo que la pasión mató la grandeza que de ellos demandaba la ocasión y la suerte de su nación.

La distancia entre esos líderes hizo que la abrumadora mayoría que representaban perdiera el poder que les arrebataran inimaginablemente minorías, y de paro, implicó la desaparición de su partido. Aquellos vientos trajeron la tempestad de trece años complejos, cuatro golpes de Estado y un magnicidio con el asesinato del Gral. Carlos Delgado Chalbaud (1950). Arribaba la era de Pérez Jiménez, el mayor que se embolsilló dos generales y presidentes por demás, sólo para comenzar.


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